About Lucas Soares
This author has not yet filled in any details.So far Lucas Soares has created 83 blog entries.
Lucía de Leone, “El tiempo del poema”
BazarAmericano, mayo-junio de 2023, nº 88
El poeta y el buey, último libro de Lucas Soares, quien además se dedica a enseñar e investigar filosofía, reafirma un gesto cuyos rastros ya advertimos en algunos de sus poemarios anteriores. Entre obsesión personal, su saber hacer y decisión estética, el poeta disuelve (aunque nunca del todo) el universo del yo del que tanto solemos leer aquí y allá, para llevar la fábula hacia universos referenciales menos frecuentados. ¿De qué hablar en poesía? En la tradición de los poemas clásicos o del Siglo de Oro español y en serie con una pulsión narrativa que no está dispuesta a abandonar todavía el espacio poético, su escritura muestra afán por la construcción de personajes, tan ajenos a él mismo que a veces resultan o bien en la “pura cosa” y abstracciones o bien desbordan de materia y animalidad no humana: la segunda persona innominada de Roña (2013); las soñadoras en El sueño de ellas (2014); los daneses inubicados, la sorda, el psicótico en La sorda y el pudor (2016); el alcohol y la literatura en La médium (2019), el poeta y el buey en su reciente poemario, por situar algunos emergentes.
El título nos pone en clima de inmediato y lo anticipa todo; se dice “el poeta” y se dice “el buey”. La posición atributiva hace del poeta y del buey una sustancia definida, que precedida por artículos determinados establece un pacto de entendimiento entre hablante/ oyente o escribiente/lector: no se trata ni de cualquier poeta ni de cualquier buey (hay un definido) sino de esos sobre los cuales será posible conceder un predicado y entablar asociaciones. Un determinado que, digo convencida, le gana al universal que está latente en esa construcción sintáctica. De igual forma, la estructura del poemario se preanuncia desde los paratextos en tanto título y contratapa funcionan como otras variaciones del gran motivo ordenador del libro: “hay cosas que tienen/ el mismo nombre/con distinto significado/ un buey vive/ y un poema/ también vive/ pero vivir no es/ lo mismo para el buey/ que para el poeta”. Es eso que el poeta repite una y otra vez, con diferencias en cada ocurrencia para desbaratarlo todo en cada fragmento.
Poeta, buey, vida, muerte, animal no humano, hombre forman un continuum sobre el que Soares opera con inmensa gracia actualizando una versión del método diseminativo recolectivo, que consiste en repartir palabras a lo largo de los poemas para relacionarlas todas juntas en una zona determinada. Desde ese mismo sistema reflexiona sobre el lenguaje, el arte de usar, combinar, revivir palabras e instalar una génesis arbitraria para la poesía: “según el orden/ al escribir un poema/ los versos son/ anteriores a las palabras”. En el origen, parece haber sido el verso. Y el buey, agrego, ese macho bovino, el castrado que cuenta con una larga tradición de santidad en la tradición egipcia y greco-romana. Pero buey es una palabra también, bella palabra (mucho más atractiva en su sonoridad que “toro”, según el autor) aunque se trate de un monosílabo con triptongo, difícil de pronunciar cuando se aprenden las propiedades de las clases de palabras. En el cruce entre belleza y dificultad, entre santidad y explotación animal, entre objeto de culto y bestia de carga, el buey encuentra como palabra, como referencia y como relación lógica, una excusa para decir (la predicación) y para estar en (la inherencia) el espacio poético.
Acostumbrados los lectores a pasearse por los diversos escenarios de sus otros libros, que de alguna forma moldeaban la imaginación poética –desde ciudades europeas, playas, el campo y el Lawn Tennis Club a calles porteñas atestadas de “Compro Oro”, la plaza de la infancia, el hueco para espiar a la chica desnuda o la avenida del Libertador miniaturizada en un monoambiente–, ahora ingresamos sin más y quedamos a la intemperie en una deslocalización absoluta, que sólo encuentra polos de emplazamiento en la escritura poética. ¿Dónde están el poeta y el buey del libro? ¿En qué parte será posible por fin que el buey atropelle al poeta? ¿Hacia dónde queda la muerte que se proclama contraria a la vida, tanto del poeta como del buey?
Si algunos otros libros de Soares hacían avanzar la trama (los suyos son poemas de trama) por el contrapunto entre forma y contenido (el pescador y el pequeño emperador separados por el blanco de página) o habilitaban sentidos expandidos en la convivencia de varias voces poéticas (las que sueñan, quienes median, las sordas, los enfermos mentales, las citas textuales), aquí nos enfrenta a una experiencia extraña, que oscila entre seguir las pistas del niño en sus juegos –que recuerda a su padre o que hace travesuras con amigos– y atender la búsqueda del filósofo por el saber. En el intermedio, en el “gris” que tanto se lexicaliza en el poemario, aparece el poeta para hablar del poeta sin dejar marcas personales en la enunciación (“las cosas se dicen solas”) y jactarse con trampas, que quieren pasar por sutiles pero que nos introducen en un universo de enlaces cada vez más complejo.
Este libro es como ahí mismo se dice que son las relaciones, cuya mismidad es un todo a la vez. El poeta y el buey es una sucesión de silogismos que se preguntan por la verdad o falsedad de las uniones y desuniones en las que entran el tiempo, el lugar, la acción, la cualidad, la afirmación y la negación; un cúmulo de fragmentos que podrían proceder tanto de la refranesca como del dictum presocrático; un derivado potente y siempre desviado de las teorías referencialistas del lenguaje; una combinatoria de un mismo motivo al que en ocasiones se pone en primer plano, se lo arrastra en travelling o sobre el que, por momentos, se hace zoom in; una lección de gramática que establece pautas claras en el ordenamiento morfológico y sus efectos en la sintaxis y la semántica; un solo poema distribuido según órdenes matemáticos de base lingüística (el decirse de) y de base ontológica (el estar en), inspiraciones confesas en los escritos de Aristóteles. O mejor, todo eso junto y al mismo tiempo, como en un aleph.
Si siguiéramos la afirmación de Cratilo que Jorge Luis Borges recoge en “El golem” o adhiriéramos a teorías del referente lingüístico, tendríamos que aceptar que el nombre es arquetipo de la cosa. Y que la rosa está en las letras de “rosa” y que todo el Nilo habita en la palabra “Nilo”. O también podemos tomar la huella que traza el buey en su andar y ver cómo “cuando las cosas se dicen solas” (sin referente, sin lenguaje, sin palabra, sin inscripción material), aparece el poema en su propio tiempo, en el que vive el poeta, se asienta la escritura, y atropella el buey, ese buey.
“Entiendo la escritura poética como un espacio de juego y de libertad”
Entrevista de Julián Álvarez Sansone para Cronistas Latinoamericanos, 9 de diciembre de 2022
Lucas Soares publicó los libros de poesía: El río ebrio (Paradiso, 2005), El sueño de las puertas (Alción, 2006), Mudanza (Paradiso, 2009), Roña (VOX, 2013), El sueño de ellas (Bajo la luna, 2014), La sorda y el pudor (Mansalva, 2016, Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes), Un drama eléctrico (Caleta Olivia, 2016), La médium (Mansalva, 2019) y El poeta y el buey (Caleta Olivia, 2021). Es profesor de filosofía en la Universidad de Buenos Aires, investigador del CONICET, y autor de libros y ensayos sobre las relaciones entre filosofía y poesía.
En esta entrevista, el autor de El poeta y el buey (Caleta Olivia, 2021) nos presenta las claves de su último libro. Reflexiona sobre el lenguaje y el arte de usar las palabras para construir poemas y también sobre la escritura como refugio. Además, nos habla de sus futuros proyectos literarios y nos cuenta cómo usó la beca de Creación Literaria del Fondo Nacional de las Artes.
¿Cómo fueron tus inicios en la poesía?
El disparador de mi escritura poética fue la lectura de un par de libros de poesía que me recomendó mi padre, que era escritor y periodista cultural. Recuerdo puntualmente tres que en mi adolescencia me marcaron y me llevaron a escribir poesía: Circus, de Leónidas Lamborghini, con su serie de poemas encabezados por el “Como el que…”; los poemas de Tristan Tzara en la Antología de la poesía surrealista, de Aldo Pellegrini; y Amantes antípodas, de Enrique Molina, que incluye “Alta marea”, un poema increíble sobre el tópico de la separación que en esa época releía sin parar. El momento del descubrimiento de la poesía es una experiencia imborrable. Es un acto de creación en sí mismo, ya que determina no solo una forma de leer y de escribir sino también de mirar el mundo. Un acto que incluso trasciende todo lo que podamos llegamos a escribir.
¿Cuáles son, según tu criterio, los poetas argentinos más relevantes de estos tiempos?
Más que de autores y autoras, destacaría la gran diversidad y heterogeneidad de las poéticas en boga, sin que ninguna llegue a imponerse, tal como pasaba en otras décadas. Eso es para mí lo más interesante y fecundo de esta época: la tensión productiva entre poéticas dispares.
Sabemos que dos veces recibiste la Beca de Creación Literaria del Fondo Nacional de las Artes. ¿Cómo lo usaste y qué terminaste escribiendo?
Las usé para desarrollar dos proyectos de libros que tenía empezados: El sueño de ellas y La médium. En el primero trabajé sobre una serie de sueños ajenos, reescritos e impostados en tres personajes femeninos que representan universos disímiles y a la vez complementarios. En La médium jugué con la idea de la poesía, del alcohol y del sonambulismo como médiums.
¿Por qué decidiste elaborar un poemario sobre un poeta y un buey? ¿Cuál fue el disparador que te llevó a escribir este libro?
La chispa del libro fue una distinción, que traza Aristóteles en sus escritos lógicos, entre el plano de la predicación (el decirse de) y el plano de la inherencia (el estar en). Sobre esta base lingüística y ontológica me interesó escribir un libro que explore poéticamente qué significa que algo se diga de algo y que algo esté en algo. Esta interrogación se plasma en la deriva de dos personajes, el poeta y el buey, los cuales se van enredando en ambos planos lingüístico y ontológico a lo largo de una serie que se abre a su vez a otras posibles series o combinatorias. El libro es en el fondo un solo poema que se arma en el continuum. ¿Por qué el personaje del buey? Primero porque buey “es una palabra bonita” (como dice González Tuñon de la palabra Turkestán en su poema “Escrito sobre una mesa de Montparnasse”). Segundo porque el buey es una figura que tiene su presencia en la tradición poética, y me interesó revisitarla para contrastar y hacer dialogar poéticamente su animalidad no humana con la animalidad humana del poeta.
¿Qué esperás que los lectores encuentren en este poemario?
En principio, que cada lector y lectora hagan su viaje. Que se abran a una poesía centrada en la dimensión más técnica del lenguaje. Que se interroguen en clave poética sobre el decirse de y el estar en las cosas, así como también sobre la potencia del decir literal y del ejemplo, que es de por sí un recurso argumentativo. También que experimenten el aspecto lúdico del libro, ya que me gusta pensarlo como si hubiera sido escrito por un niño que juega con los palotes del lenguaje, en ese modo de interpelación infantil de superficie clara y fondo complejo.
En tu libro planteás que “no hay contrario / de un poeta / aunque él sea capaz / de albergar contrarios”. ¿Cuáles serían las contras u obstáculos de un poeta a la hora de hacer poesía y cómo debería sortearlos?
Sin pretensión de universalizar, yo entiendo la escritura poética como un espacio de juego y de libertad, como un refugio para oponerle un poco de resistencia a los diversos lenguajes utilitarios que encorsetan nuestra vida cotidiana. Pensada así, la siento como un terreno en el que no hay nada para ganar, y donde justamente por eso todo se vuelve pura ganancia. Trato siempre de no perder de vista ese duro placer que experimento en el acto mismo de creación de un libro, ese momento en el que estás solo escribiendo y sentís que la cosa se empieza a armar. El duro placer de escribir. La escritura en el desierto y en el anonimato. Al fin y al cabo todo empezó así, y así tiene que sostenerse y terminar. Ese placer es mucho más importante que la publicación y la resonancia que pueda llegar a tener un libro, que en el ámbito de la poesía sabemos que es siempre acotada o nula. Para mí no hay nada mejor para la propia escritura que habituarse lo antes posible acerca de la insignificancia de la propia escritura.
En otro poema, planteás que “no hay un poeta que sea / más o menos / poeta que otro”. ¿Cómo explicarías o argumentarías esa afirmación?
Como creo que en poesía cuanto menos se entienda, mejor, más que explicar esa afirmación preferiría que el lector, tras su viaje por el libro, encuentre un sentido (o no) para ese verso en función del todo. El poeta y el buey intenta armar una serie en la que cada poema remite, desarma y rearma al anterior en su indagación sobre lo que se dice de y lo que está en tales personajes. En este libro, como en los anteriores, los poemas funcionan como fragmentos que se dan y a la vez se retiran la mano. El poema y/o verso suelto, desgranado del conjunto, pierde sentido.
Hay otro planteamiento también interesante en tu libro. En la página 35 decís que “un poema del presente / viene del pasado / y continúa en el futuro”. ¿Crees que la poesía en general tiene una especie de encadenamiento o concatenación con respecto a otras obras?
Sí, me gusta pensar que hay un encadenamiento e interpenetración entre los poemas del pasado y los del presente. Que a través de cada poeta hablan los poemas del pasado que le fascinaron, aunque no tengan nada que ver con lo que escriba. Me interesa sobre todo ese diálogo subterráneo en el que los poemas del pasado operan, consciente o inconscientemente, a la hora de escribir los propios. Si como dice Schopenhauer leer es pensar con un cerebro ajeno, podría decirse que escribir es pensar con poemas ajenos. Porque más allá de la singularidad del poeta, creo que el verdadero hecho poético ocurre y circula a través de ese diálogo interepocal entre los poemas. Al fin y al cabo las palabras vienen de las palabras, y tenemos el lenguaje para revivirlas.
¿En qué otro proyecto literario estás trabajando?
En una nouvelle sobre el cuaderno de una poeta.
¿Dónde y cómo se consigue tu libro?
En cualquier librería del país (Argentina) que le dé un espacio a la poesía.
Patricio Foglia, “El pequeño emperador”
La Copa del Árbol, 2 de junio de 2022
Táctica y Estrategia de Guerra. En un posible mapa poético argentino contemporáneo, acaso las voces más atractivas sean aquellas que se desentienden de la antigua disputa entre objetivismo y lirismo (o entre objetivismo y neobarroco). Una de esas vertientes disonantes vibra desde la poesía de Lucas Soares.
En este mapa, en su disputa y juego, su ficha relumbra como lo que es: rara, única, bella.
hasta por fin llegar
adonde ya nada
se corresponde
con su respectiva figura
donde lo mismo acaba
por ser
desfigurado
por esta nueva
mirada impávida.
Es la nueva configuración
que asumen las cosas
desde su nuevo estar.
Y lo que cambia es
realmente
lo que ya no percibimos que cambia.
Lo que huye
sin que lo persigan
–
el hormigueo
de un rayo de sol
que deja en tu cara
un tatuaje de luz
*
A lo largo de sus poemarios, ¿qué leemos? Ajeno a programas ya agotados, una vez más, un poeta sale en busca de su propia voz. Y emergen ciertas continuidades, obsesiones formales. Persistencias. En algunos casos, el drama familiar será también la escenografía verbal (El río ebrio, La médium); en otros, habrá un teatro del lenguaje, un goce en el roce del repliegue, como si un telón de fondo de pronto se mostrara como lo que siempre fue, el verdadero protagonista (El sueño de las puertas o el reciente El poeta y el buey).
Hay entonces un arco que va, digamos, desde el bolero de lo íntimo hasta el ejercicio de filosofía pragmática; un mix inquietante entre Alberto Migré y Paul Valery. Y entre una cosa y otra, la poesía de Soares formula su dialéctica propia. Una dialéctica discreta o distante, la dialéctica de un trago en copa cóctel, en manos de un dandy, en medio de la noche.
Ni Fichte (Tesis, Antítesis, Síntesis) ni Hegel (la potencia, lo particular, la reconducción a lo universal) ni Adorno (no, no y no). Algo así como un trago de autor y a escribir, de espaldas al mundo. La poesía, nuevamente, como el lugar en donde lo Uno y lo Otro cohabitan, en tensión o distensión, flotantes, eróticos, reclamándose. Sin resolución, sin una tercera posición triunfante. Sin respuestas, más bien como signo de interrogación.
olor a lluvia lo único
que hago es ver
una película empezada
tirado en el sillón la segunda
manzana arenosa que pelo
morder sin mirar
y sentir el gusto
de un agujero negro en
el centro de la manzana
–
Velar el titilar de esta llama: el fuego quemándose a sí mismo.
*
la poesía no es diván, tampoco tirar postas existenciales: es un trabajo de orfebrería con y sobre el lenguaje a partir de un núcleo de experiencia, donde se trata de que gracias a ese trabajo lingüístico se genere otra cosa, una nueva experiencia enriquecida por el lenguaje. Para que justamente el poema no se reduzca a ser un mero registro catártico de la vivencia “sufro de amor por equis”, “ha muerto mi madre”, etc., el poema lagrimita del que hablaba Lamborghini. La escritura como mero descargo vivencial es un recurso más propio de las redes sociales que de una obra literaria.
*
asunto: oye
anoche tuve un sueño
año 2050
los polos descongelados
los mares crecidos
los nevados vueltos ríos
altas temperaturas
el hombre se vuelve isleño, tropical
bonito a pesar de todo
en qué andas metido? tú
–
no hay contrario
de un poeta
aunque él sea capaz
de albergar contrarios
*
Soares se desentiende. Del legado de su padre, Norberto, periodista y escritor. De su profesión docente, de la filosofía de Platón y de las exigencias de Heidegger, Nietzsche o Badiou, que le reclaman a la poesía que vuelva de su eterno destierro para ocupar el centro de la escena.
Lucas Soares se desentiende de sí y esa extrañeza es una forma de mirar el mundo; entre dandy y zen, más acá o más allá de las grandes corrientes consabidas.
*
“esta cosa”
le dicen a la mente
los maestros zen
en China
al hijo único
se lo llama
el pequeño emperador
Leandro Llull, “El poeta y el buey”
Revista Otra Parte, n° 471, 14 de abril de 2022
En este nuevo trabajo de Lucas Soares lo que prima es el juego. Partiendo del famoso poema-canción de Rafael Pombo en el que un niño le pregunta a un buey «¿En qué piensas todo el día/ tendido sobre la yerba?» y este, tras una larga explicación, le responde que lo importante en la vida es el rumiar, el libro suplanta la figura del niño por la del poeta y, junto a la del buey, la somete a una serie de variaciones que bien podrían ser una puesta en práctica de aquel consejo.
El juego se nos presenta como la posibilidad de combinaciones infinitas a partir del mismo tema. Las figuras convocadas (el poeta y el buey) van descubriendo todo tipo de relaciones entre ellas y, al mismo tiempo, van manifestando vínculos que las trascienden. El tono didáctico resulta el medio natural de la voz, pero con la salvedad de que no hay ninguna enseñanza que sea un punto de llegada predestinado para ella: «simultáneas son las cosas/ que se dan al mismo tiempo/ cuando ninguna es anterior/ o posterior a la otra// las diferencias y semejanzas/ entre un poeta y un buey/ no son anteriores ni posteriores/ sino todas a la vez».
A la manera del aforismo, del more geometrico y del fragmento presocrático, los poemas dejan a su paso el producto de una reflexión que, a medida que las páginas corren, se acumula como en un recorrido de muestra plástica. Por más que se solventen a sí mismos, la sinergia de estos textos supera ampliamente su individualidad y es imposible no recordarlos en una serie, donde la modulación y las mínimas alteraciones disparan nuevos sentidos: «hombre se dice/ del poeta// animal se dice/ del buey// del poeta y del buey se dicen/ animal y hombre».
Las variaciones operan a la manera de los cambios de tonalidad en la pintura, basta un retoque pequeño de color sobre la misma imagen para que su percepción se modifique. El punto de vista, el lenguaje matemático, los retruécanos infantiles y los hallazgos del absurdo les brindan a las escenas esa vuelta de tuerca que permite al poema encontrarse a sí mismo: «discreto es el número/ y continuo el tiempo// un buey se cuenta antes/ que dos bueyes// un poema del presente/ viene del pasado/ y continúa en el futuro».
En tal secuencia, el consejo del buey al niño queda materializado. La innovación lúdica y constante se emparenta con el acto de mascar y rumiar: «El digerir, no el comer,/ Es lo que al cuerpo aprovecha,/ Y el alma, cuerpo invisible,/ Tiene que seguir tal regla». Como los chicos que reclaman sin fin ese “otra vez” de las historias y los juegos, El poeta y el buey nos sumerge en un caleidoscopio de goce oral. Su sed de nuevas mutaciones despierta la lubricidad de las ideas que se retoman como olas en la boca: siempre con la misma fuerza, nunca idénticas, jamás inertes.