About Lucas Soares

This author has not yet filled in any details.
So far Lucas Soares has created 84 blog entries.

Damián Huergo, “El lugar del hijo”

Cuaderno Waldhuter, 6 de mayo de 2020

Entregarle la vida a la literatura. Sea lo que sea que el enunciado signifique, varias veces me escuché repitiendo la frase que fue pasando por la boca y las manos de escritores que nacieron en el siglo XX, como un canto rodado que atesoramos en el escritorio y con el tiempo olvidamos por qué lo hacemos. En esta línea vital o suicida, todas las decisiones que hacen a una vida –laborales, geográficas, formativas y un largo etcétera que incluye amores y amigos– las fuimos tomando con un único y quizás equívoco objetivo: escribir.

Tal pulsión, al menos en mi caso, la fui sosteniendo con una certeza epifánica que se fue endureciendo desde la adolescencia hasta la actualidad: Si dejo de escribir no tengo chance de acercarme a eso que, a falta de un nombre preciso, llamamos felicidad. Hacerlo, vale aclarar, tampoco me lo garantiza, pero eso ya depende de otros asuntos que no es necesario tratar acá. Por su cualidad de irreversible, supongo, la decisión más trascendental que me costó tomar fue la de tener un hijo o no. Cada vez que me encontraba con amigos escritores, luego de hablar de lecturas, de contarnos novelas que no estamos escribiendo o de preguntarnos qué hacer con personajes que tenemos parados en el medio de la calle, les preguntaba –si tenían hijos– cómo hacían para escribir. En otras palabras, me desvelaba saber qué espacios propios mantenían, cómo protegían su tiempo, qué lugar ocupaban los hijos en su literatura.

La literatura argentina nos ofrece varios modelos de paternidad; entre tantos señalo dos antagónicos. Por un lado, la figura de Piglia que recomendaba escribir por afuera de todas las instituciones, incluso de la paternidad. Por el otro, el modelo Fogwill que, para burlarse de la recomendación de no tener hijos para escribir, decía que le daba “horror” imaginarse a un tipo poniéndose un forro todas las noches “para que después no venga un chico a molestarlo cuando está en la computadora”. Fogwill sumando todas sus temporadas de progenitor alcanzó a tener cinco hijos; sin embargo, en palabras de Vera, su hija, su alardeada fecundidad se sostenía con aquello que criticaba: la puerta cerrada para que sus hijos no entren a jugar. Dice Vera en una necrológica en Radar: “Mi padre para mí, como padre, fue un gran escritor. No se lo podía molestar, no se le podía quitar minutos a su silencio ni a su pensamiento.”

En su último libro, La médium, el poeta Lucas Soares ensaya otro modelo de padre-escritor en donde ambas actividades conviven, se mimetizan, se vampirizan e implosionan en un mismo espacio. Lucas es hijo de Norberto Soares, uno de los escritores de la troupe de la avenida Corrientes compuesta por Miguel Briante, Jorge Di Paola y María Moreno. Un autor fantasmal, asociado a la bohemia porteña de la segunda mitad del siglo XX, que tras pelear contra sus propios fantasmas publicó un solo libro, el maravilloso volumen de cuentos Gente que baila reeditado en la Serie del Recienvenido, dirigida por Ricardo Piglia.

En la primera parte de La médium, la voz narrativa de Lucas describe una puesta en escena, una foto que construye un compañero de redacción de su padre, en donde le pedía a Lucas que se siente sobre Norberto y ambos a la par tecleen sobre una máquina de escribir. La imagen solo existe con su cualidad de ilusión, como la representación de algo que no fue pero, a la vez, concentra posibles formas reales o ficticias de esa relación. En el recuerdo del autor, escrito con una lírica condensada y entrañable, se convierte en una imagen verdadera; un deseo retrospectivo que por un instante ilumina un modelo de padre-escritor que abre la puerta de su estudio para generar un encuentro único, una comunión entre padre, hijo y literatura. En La médium, el niño Lucas es testigo del caos que digita su padre, de las llamadas telefónicas con mujeres que lo rechazan, de la suma de botellas vacías, de la frustración del escritor que solo escribe comienzos de cuentos que poquísimas veces continúa. El misterio que el autor va macerando en el libro, no es el del niño que se queda del otro lado del espejo elucubrando vidas posibles de su padre. Por el contrario, el padre lo adosa a su vida como si fuese un elemento más, algo que no necesita un trato ni una dedicación exclusiva o particular; un modo de paternidad donde el cuidado se invierte y cae en manos del hijo: “Cuando mi padre entraba en sus largas temporadas de bloqueo creativo, por las que solía deprimirse, yo le hacía prometer que cuando me fuera a dormir él se pondría a escribir”, escribe Lucas Soares.

La figura del padre-escritor que se ensaya en La médium tiene varios puntos de contacto con la que Mauro Libertella arma en Mi libro enterrado sobre Héctor Libertella, su padre. En la superficie de ambos libros se observa la elección de la forma breve y la precisión poética, el peso de ser hijos de escritores reconocidos, la inversión de roles de cuidados entre adultos infantilizados y niños-jóvenes que asumen responsabilidades de adultos no por elección propia. Pero sobre todo, brilla la posibilidad de la escritura como una herencia –voluntaria o no– que ambos padres les dejan a sus hijos; un puente de vigas flojas que tienden para encontrarse cuando ya no los puedan abrazar o esquivar en un licorería, como sucede en una imagen gris y desoladora en el libro de Soares. Escribir para ambos hijos es encontrarse con fantasmas: la literatura como médium. En la segunda parte del libro, Soares cambia el registro narrativo por una voz poética, dando lugar a imágenes oníricas, fragmentarias que, leídas en conjunto, dan cuenta del desencuentro entre padre e hijo por otros medios. Así Soares despoja a la literatura de cualquier sesgo terapeútico o psicoanalítico. Tanto en prosa como en versos, parece decirnos que aquello que está roto no podrá recomponerse mediante la literatura.

Nuestra generación ha escrito demasiado sobre los padres (sin ir muy lejos, en mi último libro, Biografía y Ficción, se mata al padre tres veces, en tres cuentos diferentes, ¡de tres modos distintos!), pero poco hasta el momento sobre nuestro hijos o, mejor dicho, sobre el modo de paternidad que vamos a ensayar en tiempos que aspiran a relaciones más igualitarias. Si cambian las formas de vincularnos con nuestros hijos y, sobre todo, la equidad de tareas y responsabilidades, ¿cómo pensamos la paternidad los escritores contemporáneos? Experimentar ese nuevo lazo afectivo, ¿cambia nuestra literatura?

Es un misterio cómo puede tocar la paternidad la obra de cada escritor. En su último libro, Cameron, Hernán Ronsino volvió a la forma breve y a explorar con acierto voces ajenas a su universo. Cuenta que no hubiese sido escrito sin la presencia de su hija, con las demandas propias de la relación, en un departamento mínimo que habitó en una residencia en Zurich. Algo similar plantea Francisco Bitar, cuando dice que los cuentos de Acá había un río lo escribió con su primera hija a upa, en un cuaderno, a mano, asumiendo en su estética las condiciones materiales que fomentaron su poética concisa, sinóptica y personal. Por mi parte, recién llevo un mes bailando la música de la paternidad. Este texto es lo primero que escribo, en los intersticios del sueño, de la noche recuperada, de la siesta infinita de la cuarentena. Aún no puedo identificar qué me sucederá como escritor, ni en qué modelo de padre-escritor voy a decantar. Sin embargo, en estos días empecé a percibir cierta transformación en los manifiestos internalizados. “Entregarle la vida a la literatura” se transformó en una piedra pesada, horadada con la alienación sacrificial que ahora no me interesa corresponder. En todo caso, pienso, mientras tomo apuntes en un cuaderno con mi hijo en brazos, que, de acá en más, elijo entregarle la literatura a la vida, sea lo que sea que esa frase signifique.

Link a la reseña

Federico Penelas, “La persistencia del desecho”

Espacio Murena, 23 de marzo de 2020

Una escena se repite en La médium: niños, púberes, adolescentes, que miran un desecho desde el balcón. Un almohadón, un libro, una bolsa con un animal muerto. La persistencia de lo desechado y sus distintos destinos. La escena es impúdica; los niños, púberes, adolescentes, espían lo desechado y, así, no lo dejan ir. La distancia que la altura impone les da la impunidad de la contemplación y, a la vez, los magnetiza. Magnetismo no como unión, o sí, pero como unidad que da el desapego. Ese espacio que da la distancia –el espacio entre la infancia y los desechos, ese espacio con lo que se repele– los cautiva y los mantiene atentos. Es que el descubrimiento infantil de los imanes se fascina más con la repelencia que con la atracción. La vivencia de lo inacercable es mucho más lúdica y morbosa que la de la inevitabilidad del contacto, pues ya no se trata de acción a distancia, sino que la distancia misma es la acción.

La médium no es otra cosa que la poetización de la narración de esa distancia magnética. El texto mismo propone la hipótesis de la atracción por la distancia infranqueable que da la oposición de los polos idénticos, el magnetismo negativo: “un viejo imán / con un dejo de atracción / que al juntarse con otro / deja aire / magnético en el medio”. La identidad de los imanes los aparta, aunque el desgaste de uno de ellos permite una cercanía mayor. Pero la clave de la poetización está en la conciencia de la distancia, por eso la repetición de esa imagen del balconeo contemplador de lo perdido.

La médium se distancia así de El río ebrio, aquel otro poemario de Lucas Soares atravesado por el tema de la ausencia/presencia paterna. Catorce años después de aquel libro dedicado a su padre Norberto, Soares vuelve a lidiar con su espíritu, el cual, dice, “…se me presentó / a través de ella”. La irrupción años atrás del extraordinario Black out de María Moreno hacía pensar en cómo habría leído Soares aquella crónica en la que son centrales los relatos en torno a la figura de su padre Norberto. No cabe duda, ahora, de que esa lectura devino en este nuevo abordaje poético. La médium es, así, María Moreno, quien cierra el libro con el texto de contratapa. Es a través de la médium Moreno que La médium ajusta cuentas con El río ebrio. El ajuste es una operación de tramitar la distancia tematizando la distancia (de habitación a habitación, de auto a auto, de la farmacia a la licorería). El tiempo que ha pasado permite enfocar el espacio infranqueable que une a padre e hijo a través de un relato de caída, como el del almohadón fetiche. La contemplación de la caída que la médium provee es lo que instaura ese “aire magnético”.

La distancia entre La médium y El río ebrio –la que narra los nuevos ojos del hijo al contemplar al padre, ahora caído, desde la distancia que da ver, ahora, desde la altura de la adultez definitiva– se ejerce a través de una serie de desplazamientos en el registro. Del tecleo viril (con “dedos gordos”) de la máquina de escribir (que en La médium solo aparece en la lejanía de una fotografía), a los cuadernos manuscritos y, finalmente, a la voz impotente en el teléfono. Del padre “ebrio” al padre “borracho”. Y, sobre todo, de la dignidad de la copa de vino, a la obscenidad del vaso de whisky. El whisky es el conjuro a través del cual la médium Moreno le planta al poeta el espíritu gastado del padre distante. El whisky que apenas era metonimizado en El río ebrio a través de la imagen de “los cubitos”, para ser ocultado detrás del vino que permitía la imagen de un río vital, ahora, en La médium, está en el proscenio de la escena como sinécdoque de la caída.

Sin embargo no todo lo caído corre el mismo destino. El almohadón (fetiche de la idealización del niño) se pudre; el murciélago (figura de la amenaza de la sombra hamletiana del padre) confirma su muerte al, finalmente, no salir de su bolsa mortaja. Pero el libro (lo que queda escrito) es reciclado, salvándose de un destino de deterioro y olvido. El libro es, a su vez, “el libro de los Testigos”; claro, como la médium Moreno que con su propia escritura encendió la llama del hijo.

Lo extraordinario de La médium es que, a la vez que el relato de la acción de esa presencia distante “con un resto de atracción”, es, como no puede no ser frente al descentramiento paterno, un relato de amistad, de la barra de niños, púberes, adolescentes que comienzan a configurar sus propias “grutas mentales” y se deleitan haciendo caer, “como fichas de dominó”, los apegos familiares. Si en El río ebrio la imagen es la del niño junto al padre en el bar a la espera de que se termine el vino, en La médium la escena en la que el padre, a lo lejos, apenas respira sus palabras de sonámbulo borracho de whisky, se completa con la del hijo en compañía de la banda que encuentra su propia voz.

Link a la reseña

Laura Camargo, “La médium”

Sitio Indie Hoy, 27 de noviembre de 2019

La relación paternofilial ha sido el leitmotiv de muchos libros. Dentro de ellos, podemos nombrar Carta al padre de Franz Kafka, Una muerte muy dulce de Simone de Beauvoir, Infancia de J. M. Coetzee y La invención de la soledad de Paul Auster. Aquellos son, sin dudas, libros que ocupan un lugar especial en la trayectoria de sus autores porque, aunque algunos dicen que toda obra es autobiográfica, escribir sobre nuestros padres y la sombra que proyectan en nuestras vidas requiere coraje.

La médium (Mansalva, 2019) es el más reciente libro del poeta y filósofo argentino Lucas Soares. El texto se divide en dos partes. La primera de ellas se titula “Dandy” y está esbozada en prosa, en párrafos que sirven como cápsulas de información que contienen anécdotas de la infancia y adolescencia del propio Soares. Los personajes principales son él mismo, dos amigos de su infancia y su padre, el periodista cultural y escritor Norberto Soares.

La segunda se denomina “La médium” y está escrita en formato de poesía narrativa. En sus versos se dibujan escenas cotidianas en las que se trasluce la melancolía y el afán por comunicarse con un progenitor fallecido. La médium, más que un personaje en sí, es el nombre de ese ejercicio de evocación que, de algún modo, abre las puertas a la reconciliación con el legado paterno.

Quizá lo más valioso de este libro sea la manera en cómo las dos secciones del mismo dialogan entre sí. No se trata de una obra que permite una lectura lineal, sino que exige una revisión de todas sus páginas para armar su sentido. En cuanto a la naturaleza de sus versos, al igual que en obras anteriores como La sorda y el pudor (Mansalva, 2016), Soares propone una literatura fotográfica, que arma escenarios perfectamente reproducibles a nivel visual y con cierta carga de humor oscuro o emotividad, dependiendo del caso.

las fantasías de mi padre
dichas al oído de las mujeres
a quienes llamaba de madrugada

a veces las escucho
cuando paso de noche
por la casa del electricista
y miro uno por uno
los duendes de su jardín

o mientras veo cómo los taxis
pasan de largo a una travesti
que baila haciendo señas
en una cuadra sin luz

Al respecto del proceso de creación de este libro, Soares nos comentó: “Me llevó aproximadamente dos años encontrar la estructura para este libro. De hecho, antes de dar con su estructura final, probé distintos formatos que no me terminaban de cerrar. Lo primero que escribí fueron los relatos de la primera parte sobre la relación de un preadolescente con su padre, un escritor alcohólico y bloqueado creativamente desde hace años, y con sus dos mejores amigos. Más tarde empecé a escribir poemas que volvían sobre algunas de esas escenas”.

Por otra parte, sobre el formato elegido para las dos partes del texto, él anotó: “El criterio que seguí para el armado del libro fue como el de un disco con dos caras. Como si los poemas de la segunda parte fueran el lado B, la otra versión (cover) de los relatos de la primera parte. Quería que las dos caras del libro-disco fueran complementarias y autónomas a la vez, como dos imanes que se atraen y repelen entre sí”.

Si bien la figura bohemia de su padre ha estado presente en su obra desde su debut literario El Río Ebrio (Paradiso, 2005), es en La médium donde Soares verdaderamente se anima a viajar al pasado, a revolver en el cajón de sus recuerdos más dolorosos y más preciados y a convertir esas historias en pasajes bien construidos, aptos para la lectura por parte de terceros.

Link a la reseña

Mario Nosotti, “Padre e hijo: herencias, pases y relevos”

Revista Ñ, Diario Clarín, 23 de noviembre de 2019, p. 20

La médium de Lucas Soares es un relato de infancia y un poético ajuste de cuentas con un progenitor.

 

“Los sábados a la noche mi padre esperaba a que me durmiera y se emborrachaba solo. Al otro día yo me despertaba alrededor de las diez y me quedaba escuchando su respiración, mirando el techo del monoambiente y el único canal de televisión que sintonizaba la antena, donde pasaban carreras de TC2000”. Hondos, intensos, de una elegancia suave y contenida, los textos de La médium se engarzan como cuentas de un collar para narrar la historia de un padre escritor (al que le cuesta sentarse a escribir y terminar sus cuentos), narrada por el hijo que ahora escribe y evoca ese período, mezcla de desamparo y resistencia, anhelo e inquietud.

Norberto Soares, que no aparece nombrado, fue un escritor y periodista que trajinó las redacciones de Acción, Primera Plana y La Opinión, donde insistía en reseñar libros de autores poco conocidos –hablamos de los años 70– como La obsesión del espacio de Zelarayán, o Las tumbas de Enrique Medina, que luego se convertirían en centrales. Autor de un solo libro, Gente que baila (reeditado por Ricardo Piglia en 2013 para la Serie del Reciénvenido), un volumen de cuentos que publicó pasados sus cincuenta años, fue un personaje oculto de la bohemia porteña, un lector exquisito y un gran conversador.

La primera de las dos partes del libro, “Dandy”, nombre del bar en el que padre e hijo solían desayunar, esparce las viñetas de esa historia astillada: los tiempos de bloqueo creativo, en los que el padre se queda escribiendo de noche y whisky de por medio hace llamadas a antiguas novias o a alguna amante para leerles el comienzo de sus cuentos; la sombra agigantada del escritor Miguel Briante (compañero de redacción de Norberto en varios suplementos culturales); u otra novia que se queda a dormir y lo asiste en su respiración dificultosa, metáfora de un tiempo sostenido en la vulnerabilidad.

El recuerdo del padre, especie de fantasma ineludible, asoma en el enorme caudal de lo no dicho, vacío que arma y tensa los apuntes de este breve libro. Y entramada a esa historia está la pubertad del propio narrador: los juegos con Lole y Hugata, amigos junto a los que construye recovecos, instancias donde dar rienda suelta a las preguntas que pulsan por salir. También está el origen de la vocación, cifrada en los potentes –aunque en esos momentos quizás inadvertidos– actos de traspaso: una foto en blanco y negro en la que a los cuatro años Lucas está sentado a upa de su padre tecleando una Olivetti, o los cuadernos Gloria en los que el escritor apunta ideas y que el hijo interviene: “me gustaba abrir al azar, hojear y hacerles caricaturas en los márgenes”.

Pero el libro no es solo un relato de infancia, es también un ajuste de cuentas con esa figura anhelada y a la vez difusa, como ilustra la escena en la que en represalia al abandono alcohólico del padre, el chico vende en los puestos de usados de la plaza de enfrente los libros que con el sello “servicio de prensa” las editoriales le envían para reseñar.

Como queda en evidencia en trabajos anteriores, a Lucas Soares le interesa experimentar con los géneros y las estructuras. Esta ficción autobiográfica propone un diálogo entre prosa y poesía pero sin mezclarlos, como la realidad y su espejo, o como la memoria y su realización escrita. La segunda parte del libro, “La médium”, está compuesta por poemas breves.

En busca de ese padre que ya no está presente, se recurre a la figura mediadora para traer del más allá no solo la voz y la presencia del progenitor, sino el espíritu de un tiempo ya irrecuperable. Y el único discurso capaz de materializar algo tan real e inasible, como el ruido que en la noche hacen los muebles al distenderse (imagen con que cierra el libro), es la poesía.

Link a la reseña

Go to Top