La Copa del Árbol, 2 de junio de 2022
Táctica y Estrategia de Guerra. En un posible mapa poético argentino contemporáneo, acaso las voces más atractivas sean aquellas que se desentienden de la antigua disputa entre objetivismo y lirismo (o entre objetivismo y neobarroco). Una de esas vertientes disonantes vibra desde la poesía de Lucas Soares.
En este mapa, en su disputa y juego, su ficha relumbra como lo que es: rara, única, bella.
hasta por fin llegar
adonde ya nada
se corresponde
con su respectiva figura
donde lo mismo acaba
por ser
desfigurado
por esta nueva
mirada impávida.
Es la nueva configuración
que asumen las cosas
desde su nuevo estar.
Y lo que cambia es
realmente
lo que ya no percibimos que cambia.
Lo que huye
sin que lo persigan
–
el hormigueo
de un rayo de sol
que deja en tu cara
un tatuaje de luz
*
A lo largo de sus poemarios, ¿qué leemos? Ajeno a programas ya agotados, una vez más, un poeta sale en busca de su propia voz. Y emergen ciertas continuidades, obsesiones formales. Persistencias. En algunos casos, el drama familiar será también la escenografía verbal (El río ebrio, La médium); en otros, habrá un teatro del lenguaje, un goce en el roce del repliegue, como si un telón de fondo de pronto se mostrara como lo que siempre fue, el verdadero protagonista (El sueño de las puertas o el reciente El poeta y el buey).
Hay entonces un arco que va, digamos, desde el bolero de lo íntimo hasta el ejercicio de filosofía pragmática; un mix inquietante entre Alberto Migré y Paul Valery. Y entre una cosa y otra, la poesía de Soares formula su dialéctica propia. Una dialéctica discreta o distante, la dialéctica de un trago en copa cóctel, en manos de un dandy, en medio de la noche.
Ni Fichte (Tesis, Antítesis, Síntesis) ni Hegel (la potencia, lo particular, la reconducción a lo universal) ni Adorno (no, no y no). Algo así como un trago de autor y a escribir, de espaldas al mundo. La poesía, nuevamente, como el lugar en donde lo Uno y lo Otro cohabitan, en tensión o distensión, flotantes, eróticos, reclamándose. Sin resolución, sin una tercera posición triunfante. Sin respuestas, más bien como signo de interrogación.
olor a lluvia lo único
que hago es ver
una película empezada
tirado en el sillón la segunda
manzana arenosa que pelo
morder sin mirar
y sentir el gusto
de un agujero negro en
el centro de la manzana
–
Velar el titilar de esta llama: el fuego quemándose a sí mismo.
*
la poesía no es diván, tampoco tirar postas existenciales: es un trabajo de orfebrería con y sobre el lenguaje a partir de un núcleo de experiencia, donde se trata de que gracias a ese trabajo lingüístico se genere otra cosa, una nueva experiencia enriquecida por el lenguaje. Para que justamente el poema no se reduzca a ser un mero registro catártico de la vivencia “sufro de amor por equis”, “ha muerto mi madre”, etc., el poema lagrimita del que hablaba Lamborghini. La escritura como mero descargo vivencial es un recurso más propio de las redes sociales que de una obra literaria.
*
asunto: oye
anoche tuve un sueño
año 2050
los polos descongelados
los mares crecidos
los nevados vueltos ríos
altas temperaturas
el hombre se vuelve isleño, tropical
bonito a pesar de todo
en qué andas metido? tú
–
no hay contrario
de un poeta
aunque él sea capaz
de albergar contrarios
*
Soares se desentiende. Del legado de su padre, Norberto, periodista y escritor. De su profesión docente, de la filosofía de Platón y de las exigencias de Heidegger, Nietzsche o Badiou, que le reclaman a la poesía que vuelva de su eterno destierro para ocupar el centro de la escena.
Lucas Soares se desentiende de sí y esa extrañeza es una forma de mirar el mundo; entre dandy y zen, más acá o más allá de las grandes corrientes consabidas.
*
“esta cosa”
le dicen a la mente
los maestros zen
en China
al hijo único
se lo llama
el pequeño emperador