Entrevista de Julián Álvarez Sansone para Cronistas Latinoamericanos, 9 de diciembre de 2022

Lucas Soares publicó los libros de poesía: El río ebrio (Paradiso, 2005), El sueño de las puertas (Alción, 2006), Mudanza (Paradiso, 2009), Roña (VOX, 2013), El sueño de ellas (Bajo la luna, 2014), La sorda y el pudor (Mansalva, 2016, Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes), Un drama eléctrico (Caleta Olivia, 2016), La médium (Mansalva, 2019) y El poeta y el buey (Caleta Olivia, 2021). Es profesor de filosofía en la Universidad de Buenos Aires, investigador del CONICET, y autor de libros y ensayos sobre las relaciones entre filosofía y poesía.

En esta entrevista, el autor de El poeta y el buey (Caleta Olivia, 2021) nos presenta las claves de su último libro. Reflexiona sobre el lenguaje y el arte de usar las palabras para construir poemas y también sobre la escritura como refugio. Además, nos habla de sus futuros proyectos literarios y nos cuenta cómo usó la beca de Creación Literaria del Fondo Nacional de las Artes.

¿Cómo fueron tus inicios en la poesía?

El disparador de mi escritura poética fue la lectura de un par de libros de poesía que me recomendó mi padre, que era escritor y periodista cultural. Recuerdo puntualmente tres que en mi adolescencia me marcaron y me llevaron a escribir poesía: Circus, de Leónidas Lamborghini, con su serie de poemas encabezados por el “Como el que…”; los poemas de Tristan Tzara en la Antología de la poesía surrealista, de Aldo Pellegrini; y Amantes antípodas, de Enrique Molina, que incluye “Alta marea”, un poema increíble sobre el tópico de la separación que en esa época releía sin parar. El momento del descubrimiento de la poesía es una experiencia imborrable. Es un acto de creación en sí mismo, ya que determina no solo una forma de leer y de escribir sino también de mirar el mundo. Un acto que incluso trasciende todo lo que podamos llegamos a escribir.

¿Cuáles son, según tu criterio, los poetas argentinos más relevantes de estos tiempos?

Más que de autores y autoras, destacaría la gran diversidad y heterogeneidad de las poéticas en boga, sin que ninguna llegue a imponerse, tal como pasaba en otras décadas. Eso es para mí lo más interesante y fecundo de esta época: la tensión productiva entre poéticas dispares.

Sabemos que dos veces recibiste la Beca de Creación Literaria del Fondo Nacional de las Artes. ¿Cómo lo usaste y qué terminaste escribiendo?

Las usé para desarrollar dos proyectos de libros que tenía empezados: El sueño de ellas y La médium. En el primero trabajé sobre una serie de sueños ajenos, reescritos e impostados en tres personajes femeninos que representan universos disímiles y a la vez complementarios. En La médium jugué con la idea de la poesía, del alcohol y del sonambulismo como médiums.

¿Por qué decidiste elaborar un poemario sobre un poeta y un buey? ¿Cuál fue el disparador que te llevó a escribir este libro?

La chispa del libro fue una distinción, que traza Aristóteles en sus escritos lógicos, entre el plano de la predicación (el decirse de) y el plano de la inherencia (el estar en). Sobre esta base lingüística y ontológica me interesó escribir un libro que explore poéticamente qué significa que algo se diga de algo y que algo esté en algo. Esta interrogación se plasma en la deriva de dos personajes, el poeta y el buey, los cuales se van enredando en ambos planos lingüístico y ontológico a lo largo de una serie que se abre a su vez a otras posibles series o combinatorias. El libro es en el fondo un solo poema que se arma en el continuum. ¿Por qué el personaje del buey? Primero porque buey “es una palabra bonita” (como dice González Tuñon de la palabra Turkestán en su poema “Escrito sobre una mesa de Montparnasse”). Segundo porque el buey es una figura que tiene su presencia en la tradición poética, y me interesó revisitarla para contrastar y hacer dialogar poéticamente su animalidad no humana con la animalidad humana del poeta.

¿Qué esperás que los lectores encuentren en este poemario?

En principio, que cada lector y lectora hagan su viaje. Que se abran a una poesía centrada en la dimensión más técnica del lenguaje. Que se interroguen en clave poética sobre el decirse de y el estar en las cosas, así como también sobre la potencia del decir literal y del ejemplo, que es de por sí un recurso argumentativo. También que experimenten el aspecto lúdico del libro, ya que me gusta pensarlo como si hubiera sido escrito por un niño que juega con los palotes del lenguaje, en ese modo de interpelación infantil de superficie clara y fondo complejo.

En tu libro planteás que “no hay contrario / de un poeta / aunque él sea capaz / de albergar contrarios”. ¿Cuáles serían las contras u obstáculos de un poeta a la hora de hacer poesía y cómo debería sortearlos?

Sin pretensión de universalizar, yo entiendo la escritura poética como un espacio de juego y de libertad, como un refugio para oponerle un poco de resistencia a los diversos lenguajes utilitarios que encorsetan nuestra vida cotidiana. Pensada así, la siento como un terreno en el que no hay nada para ganar, y donde justamente por eso todo se vuelve pura ganancia. Trato siempre de no perder de vista ese duro placer que experimento en el acto mismo de creación de un libro, ese momento en el que estás solo escribiendo y sentís que la cosa se empieza a armar. El duro placer de escribir. La escritura en el desierto y en el anonimato. Al fin y al cabo todo empezó así, y así tiene que sostenerse y terminar. Ese placer es mucho más importante que la publicación y la resonancia que pueda llegar a tener un libro, que en el ámbito de la poesía sabemos que es siempre acotada o nula. Para mí no hay nada mejor para la propia escritura que habituarse lo antes posible acerca de la insignificancia de la propia escritura.

En otro poema, planteás que “no hay un poeta que sea / más o menos / poeta que otro”. ¿Cómo explicarías o argumentarías esa afirmación?

Como creo que en poesía cuanto menos se entienda, mejor, más que explicar esa afirmación preferiría que el lector, tras su viaje por el libro, encuentre un sentido (o no) para ese verso en función del todo. El poeta y el buey intenta armar una serie en la que cada poema remite, desarma y rearma al anterior en su indagación sobre lo que se dice de y lo que está en tales personajes. En este libro, como en los anteriores, los poemas funcionan como fragmentos que se dan y a la vez se retiran la mano. El poema y/o verso suelto, desgranado del conjunto, pierde sentido.

Hay otro planteamiento también interesante en tu libro. En la página 35 decís que “un poema del presente / viene del pasado / y continúa en el futuro”. ¿Crees que la poesía en general tiene una especie de encadenamiento o concatenación con respecto a otras obras?

Sí, me gusta pensar que hay un encadenamiento e interpenetración entre los poemas del pasado y los del presente. Que a través de cada poeta hablan los poemas del pasado que le fascinaron, aunque no tengan nada que ver con lo que escriba. Me interesa sobre todo ese diálogo subterráneo en el que los poemas del pasado operan, consciente o inconscientemente, a la hora de escribir los propios. Si como dice Schopenhauer leer es pensar con un cerebro ajeno, podría decirse que escribir es pensar con poemas ajenos. Porque más allá de la singularidad del poeta, creo que el verdadero hecho poético ocurre y circula a través de ese diálogo interepocal entre los poemas. Al fin y al cabo las palabras vienen de las palabras, y tenemos el lenguaje para revivirlas.

¿En qué otro proyecto literario estás trabajando?

En una nouvelle sobre el cuaderno de una poeta.

¿Dónde y cómo se consigue tu libro?

En cualquier librería del país (Argentina) que le dé un espacio a la poesía.

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